En mis lecturas sobre el tema de la socialización, me han llamado la atención los casos de los niños que no han sido socializados. Victor, en Francia cerca de los 1800s, fue un niño que según se estima fue abandonado a temprana edad y se crió en el bosque. No se reconocía frente a un espejo, no se comunicaba oralmente (salvo por gemidos y gruñidos) y su lenguaje corporal y comportamiento se asemejaba más a ese de un animal (quizás un mono) que a lo que podríamos considerar normativo en un humano. Tras un tiempo con varios estudiosos, el niño mostró señales de acercarse más a ser “civilizado” (altamente cuestionable, ¿cuán civilizado les parece George W. Bush?). Sin embargo, el niño estaba acostumbrado a vivir en el bosque al punto de jugar desnudo en la nieve. Por otra parte, más contemporáneo, está Genie, una niña que vivió gran parte de sus años de desarrollo psicológico en un cuarto encerrada y su único contacto era con un padre que le ladraba (sí, como suelen hacer los perros) y sólo le llevaba comida. La niña desarrolló un enorme gusto por la música de piano, pues su único vínculo al mundo exterior era su vecino practicando dicho instrumento. Detalles así de estas historias de niños “salvajes” me demuestran que aunque sí poseemos habilidades increíbles de adaptación y asimilación, la socialización parece ser un gusto adquirido.
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